Este año se cumplieron 30 años desde que De Kiruza le diera el puntapié inicial al rap nacional con su tema “Algo está pasando”. Después vinieron Los Panteras Negras, La Pozze Latina, Makiza, Tiro de Gracia, Movimiento Original y muchos otros que hablan “del Chile común y corriente”, como dice una canción de Portavoz. Además de música, el rap entrega varias claves para entender los conflictos más agudos de la sociedad chilena.
El primer año de la historia del rap chileno es 1988, cuando apareció “Algo está pasando”. La canción era parte del primer cassette de un grupo que no era estrictamente de rap, De Kiruza, y que había nacido un año antes, integrando ritmos afrolatinos con temáticas políticas y tercermundistas. De Kiruza se presentaba en poblaciones, en universidades y en actos contra la dictadura, y sus canciones hablaban de un niño en un barrio pobre de Sudáfrica, de un vendedor de dólares en el Paseo Ahumada o de un vecino de la población que se volvía agente de seguridad de la dictadura.
Esta última es la historia que contaba “Algo está pasando”. La grabaron como rap porque Pedro Foncea –que la compuso junto a José Luis Araya– dice que salió así en forma “natural”. La letra es la voz de un amigo de la infancia que le habla (y acusa) al flamante agente: “Puta que hai cambiado / De ese tiempo / Solo hablar contigo resulta un tormento / Tienes pelo corto y un radio transmisor / ¿por qué hasta el padre Enrique te saluda con temor?”.
Ese 1988 el rap recién se estaba dando a conocer en el mundo. Diez años antes había nacido en el barrio del Bronx de Nueva York con una fórmula muy simple: voces más recitadas que cantadas, sobre una base que en esos primeros años era sobre todo música funk.
La primera rama que llegó a Chile fue el breakdance y, curiosamente, fue a través de la televisión. En 1984, en el programa Sábado Gigante, se creó una sección con dos bailarines portorriqueños, Pavón y Clemente, que mostraban coreografías de breakdance con bases musicales que no siempre provenían del hip hop.
Medio siglo después, es una historia que se sigue escribiendo. Dicen que uno de sus significados es “Rythm and Poetry” (ritmo y poesía).
En América Latina se conoció en los años 80 por su baile, el breakdance, y en los 90 los músicos comenzaron a hacer sus propios rap. En México, en Colombia, en Argentina. Chile se adelantó un poco con “Algo está pasando”, pero es también en los 90 cuando los raperos se multiplicaron.
Hoy hay rap en toda América Latina y también en Corea, en Rusia, en Senegal o en Egipto. Ya la RAE lo integró al diccionario: “Estilo musical de origen afroamericano en que, con un ritmo sincopado, la letra, de carácter provocador, es más recitada que cantada”. Y en una entrevista a La Tercera, Noel Gallagher, rockero británico que en los 90 reivindicó las guitarras y el rock de los 60 con Oasis, lo resumió crudamente, en sus habituales códigos: “El rock como lo conocíamos ya no existe. Lo que predomina es el maldito hip hop”.
Cuatro ramas
El hip hop es el nombre de “la cultura” de la cual el rap es su lado lírico. A él se suman tres dimensiones: el oficio del DJ, que pone y juega con los discos como base musical, el breakdance, su baile, y los rayados callejeros, conocidos como grafittis. Esas cuatro ramas, como ellos las denominan, conforman el hip hop.
La primera rama que llegó a Chile fue el breakdance y, curiosamente, fue a través de la televisión. En 1984, en el programa Sábado Gigante, se creó una sección con dos bailarines portorriqueños, Pavón y Clemente, que mostraban coreografías de breakdance con bases musicales que no siempre provenían del hip hop. De hecho, la más clásica era “Blue Monday”, una canción de New Order. La emisión de la película Beat street en TVN en 1986 extendió la singular moda, que hacia fines de ese año tuvo su núcleo en el centro de Santiago: cada tarde de sábado, la calle Bombero Ossa se convirtió en el punto de reunión de bailarines de breakdance.
“Primero nos empezamos a juntar para competir, y después empezó a llegar gente de todos lados”, dice Claudio Flores, pionero del hip hop en Chile. Bailarín y monitor de talleres de rap hasta hoy, que cuenta toda esa historia en el documental de 17 minutos Algo está pasando, que dirigió Tomás Alzamora para abrir la celebración de los 30 años del rap el pasado 26 de octubre, y que hoy se puede ver en YouTube.
Ese reciente trabajo cita con recurrencia el primer registro audiovisual de esta escena: el documental de 26 minutos Estrellas de la esquina, que Rodrigo Moreno realizó para la primera edición del año 1989 del noticiero Teleanálisis, que editaba la revista Análisis y se distribuía por VHS. Allí los protagonistas son un grupo de “breakers” de la población Huamachuco de Renca, que en poco tiempo se convertirían en Los Panteras Negras.
A mediados de 1989 el lugar de reunión de los bailarines cambió de Bombero Ossa al Paseo San Agustín, y avanzados los 90 al Parque Forestal. A veces eran varios cientos, pero no solo bailarines, sino que también raperos, que intercambiaban cassettes y desarrollaban duelos verbales improvisados, lo que en esa cultura se llama free style. Todo fuera de medios masivos, de marcas comerciales o de sellos discográficos. Por circuitos propios, en lo que es un sello en toda la historia del rap chileno.
Ha habido hitos masivos, por supuesto, y hay varios rap dentro de cualquier lista de las grandes canciones de la música chilena. Entre muchos otros: “Con el color de mi aliento” de la Pozze Latina (1993), “El juego verdadero” de Tiro de Gracia (1997), “La rosa de los vientos” de Makiza (2001), “El otro Chile” de Portavoz (2011) o “Natural” de Movimiento Original (2012). Pero, en general, esta historia ha transcurrido en sus propios espacios que, con la masificación de Internet y de las herramientas de grabación, se consolidaron en los 2000. En Internet, sin exagerar, están prácticamente todos los discos y todos los videos. También hay revistas, programas de radio, sitios webs, sellos discográficos, productoras, tiendas de ropa, colectivos… Como pocos géneros musicales, el hip hop está sumergido en la sociedad chilena.
La historia no escrita
“Yo percibo cuatro momentos de la música rap”, dice Sonido Ácido, seudónimo de Osvaldo Espinoza, rapero de 36 años, alguna vez parte de Makiza, y productor general de la celebración de los 30 años del rap en el teatro Caupolicán. “Tras los pioneros, viene una llamada época de oro, que es cuando se masifica el rap, con nombres como Tiro de Gracia o Makiza. Después se quiebra la industria, y nacen los independientes, músicos que sin apoyo de nadie abrieron sus espacios y rescataron todo lo anterior. Son aguerridos y hay muchos: Bubaseta, Jonas Sanche, Chyste MC, Portavoz, Liricistas… Y hoy hay una cuarta generación, que está buscando y fusionando sonidos, y donde también está el trap. Drefquila, Gianluca, Catana, NFX, Ceaese…”.
También hay raperos chilenos viviendo en el extranjero, como los hermanos Venegas, que viven en el Bronx con su dúo Rebel Díaz. O el colectivo The Salazar Brothers, que produce a raperos en Suecia. Y está el enorme peso internacional de Ana Tijoux.
Con esos criterios, Sonido Ácido armó la parrilla de la celebración del 26 de octubre. Un show de cuatro horas impecable. Tuvo bailarines en escena, y reunió a más de 60 músicos, donde, por supuesto, hubo varios ausentes. “Claramente algunos faltaron, pero luego se pueden celebrar nuevos aniversarios y la parrilla de artistas sería otra. Yo no estoy seguro si los jóvenes conocen las canciones de los grupos mayores, pero todos saben que hay una historia”, dice Sonido Ácido.
Esa historia casi no está escrita. Hay apenas dos o tres libros relacionados con el tema. Reyes de la jungla (2014), donde el rapero Lalo Meneses cuenta su propia vida y la de su grupo Panteras Negras. Cristián Araus –el rapero Profeta Marginal– autoeditó el 2017 el libro Metodologías libertarias, donde propone dinámicas de educación popular a partir del hip hop. Del mensaje a la acción. Construyendo el movimiento hip-hop en Chile (1984-2004 y más allá) es una tesis del 2011, de Pedro Poch, que está publicada digitalmente. Y este 2018 se editó 100 rimas de rap chileno, una valiosa antología lírica hecha por Freddy Olguín –el rapero de pseudónimo Gen– donde reúne varios versos de rap y hace un lúcido análisis de la historia del movimiento.
También hay historias contundentes y valiosas en portales de rap como La Celda de Bob o Imperioh2.cl. Y en YouTube se pueden encontrar documentales hechos por los mismos raperos, junto a programas de televisión que han retratado distintos momentos de su historia (Canción Nacional, Cassette y Gran Avenida, entre otros). También reportajes, que a veces también revelan lo poco que en los medios más masivos se comprende la cultura hip hop.
Lo vasto
Arte Elegante es una muestra precisa de lo profundo que puede llegar a estar sumergido el rap en la sociedad chilena. Él es un rapero de 36 años, su nombre es Roberto Herrera y, como dice en sus propias biografías y canciones, pasó varios años en la cárcel y la religión y el rap le cambiaron la vida. Hoy es un rapero respetado, que dicta talleres en centros de reclusión y tiene una discografía de más de 20 discos, que son todavía más si se cuentan los que ha editado con los alumnos de sus talleres.
“Vengo del hampa / Sobreviví en el hampa / Y allá en el hampa / Encontré la lámpara”, dice en su canción “La lámpara”, de 2018. Él es parte del vasto universo del rap chileno que este 2018 cumplió 30 años. Hordatoj lo dijo en escena durante el recital de octubre: “Esto antes no era así, el rap era en multicanchas y en pequeños lugares. Se ha hecho grande gracias a todos nosotros y ustedes que nos han seguido”.
Hordatoj (Eduardo Herrera) es un rapero de 35 años de San Joaquín, productor y compositor, que pasa parte del año en Los Angeles, California, tocando y produciendo con raperos de la Costa Oeste. Su relevancia internacional no es única. Portavoz estuvo hace poco en una gira por Ecuador. NFX estuvo en Europa, Cevladé tuvo varias presentaciones en México y Bubaseta en Canadá.
y raperos chilenos viviendo en el extranjero, como los hermanos Venegas, que viven en el Bronx con su dúo Rebel Díaz. O el colectivo The Salazar Brothers, que produce a raperos en Suecia. Y está el enorme peso internacional de Ana Tijoux, cuya canción “1977” (del 2009) tuvo una inusitada difusión (aparece en un episodio de la serie Breaking Bad) y que regularmente se presenta en Europa y Estados Unidos. “Ana Tijoux no es una referencia para las raperas mujeres”, dice Isa Deyabu, del dúo Deyas Klan. “Ella es una referencia para cualquiera que haga música en Chile”.
Desde ahí la escena es enorme, diversa, abundante y hay miles de canciones de rap circulando en Internet. Hablan del oficio del rapero, de la vida en las poblaciones, del Chile de hoy. Hay contenidos feministas (Sita Zoe, Catana, Deyas Klan, Allel), canciones que usan el humor (Lechero Mon, Marfil), algunas con temáticas políticas (Portavoz, Profeta Marginal, Guerrillero Kulto, Panteras Negras), canciones de amor (Matiah Chinasky, Hordatoj), referencias a la literatura (Cevladé), problemáticas existenciales (Jonas Sanche, Movimiento Original), cruces con otros estilos musicales (Bronko Yotte), temática mapuche (Luanko).
El paisaje es vasto e inabarcable. Cientos de canciones. Conciertos todas las semanas en el Club Subterráneo de Providencia, en el Pub La Rocca de Coquimbo, en la Sala 9 de Temuco… O en una multicancha en Puente Alto. O en el gimnasio de San Pedro de Atacama.
Hay diferencias al interior de la escena, no cabe duda. Canciones que se han hecho unos contra otros, e historias más complicadas. El que se proponga conocer el hip hop puede, de paso, descubir varias claves de la sociedad chilena. “Vengo del Chile común y corriente / Ese que no sale en comerciales de TV / Donde los grifos se abren / Porque aquí el sol sí arde / Cuidado con quemarte con este mensaje”, canta Portavoz en “El otro Chile”. Es allí justamente donde se está desarrollando la historia chilena del rap.
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